Un Thanksgiving normal

Para todos los que han tenido ideas raras, y se las han tenido que comer con pavo.

Ahora Mariana volvía a tener la idea de matar a Susi.

¿Qué pasaría si ella, de repente, se levantara de la mesa, agarrara a la pequeña perra pequinesa y la lanzara por la ventana del piso 14 donde vivían sus padres? ¿O si la apuñalara en silencio, con el cuchillo de cocina que estaba en el centro de la mesa, junto al pavo? ¿Cómo reaccionarían todos? La imbécil de su hermana comenzaría a gritar histéricamente, lo más probable. Su padre se le lanzaría encima y le entraría a galletas, sin mirarla a los ojos y sin ningún rasgo de abatimiento o emoción, como todo lo que hace ese hombre. La abuela ni se enteraría, hace años que no se entera de nada. ¿Y su madre? La tipa era totalmente impredecible. Quizá lo que la detenía de llevar a cabo su idea era saber que allí estaba esa mujer. Le daba miedo que acto seguido su madre la matara a ella, sin decir una sola palabra, con ese carácter de guajira vieja de Las Tunas que no aguanta ningún tipo de malacrianza. Como la vez en que le cayó a cintazos frente a todos sus amigas cuando la vió besándose con un muchacho en una fiesta o cuando la mandó para La Habana para que no siguiera de novia con Alberto, el hijo de los cortadores de caña que vivían en la casa de madera de la esquina . — Yo no lo quiero ni a él ni a esa gente cerca de mi casa, yo no tuve una hija para seguir criando miseria, así que recoge que te estás yendo mañana a vivir a casa de tu tía —, dijo aquella vez como quien se refiere a un trapo de cocina sucio. Chop y chop, con el cuchillo de cocina. Hasta aquí llegó tu pesadez Mariana, estás castigada.

La cena de Thanksgiving seguía. Arroz, frijoles negros, yuca, platanitos fritos y pavo. Un pavo gigantesco de 13 libras, presentado impecablemente con papas, calabacines, uvas, y todo el combo. Pavo, esta gente que hasta hace 6 años no habían salido nunca de Puerto Padre. Tan hermosos los new Americans. Allí estaban mis padres, él con su otra casa, su otra mujer, su otro hijo y su otra vida en otra parte, pero viviendo en casa para guardar las apariencias en la compañía. Ella sabiéndolo todo y odiándolo en silencio, pero demasiado cobarde como para largarse y vivir sin las tarjetas de crédito, el carro, la ropa cara y los viajes que le pagaba él.

— ¿Y Roberto, cuándo llega Roberto? — dijo de nuevo la abuela mirando a la puerta.

Roberto, el abuelo ausente que nunca conocí y que se fue con su otra mujer sin mirar atrás cuando mi mamá era una adolescente. Más nunca supieron nada de él, y ahora mi abuela en medio de su demencia vuelve a obsesionarse por un hombre que sí entendió a tiempo lo que era ser parte de esta familia.

¡Qué suerte tuviste Roberto, cuánto te envidio!, pensó Mariana.

Por supuesto que jamás le iba a hacer nada a Susi. Obvio que no, eso no era una posibilidad real, y tampoco le contaría nunca a nadie que su mente fantaseaba con cosas así. Mucho menos al psicólogo que le pagaron después su última crisis depresiva tras intentar abandonar por enésima vez la Facultad de Negocios en la que la había forzado a entrar su padre. Era una perrita juguetona, siempre dispuesta a echarse bocarriba a que le acariciaran la panza o a traerte su pelotica cuando se la tirabas lejos. Un ornamento más en esta casa, igual que ella.  

— ¿Todo bien en la facultad, Mariana? ¿Cuándo tienes los exámenes finales? — le preguntó su padre.

— Todo bien. Pronto, a finales de junio.

Como explicarle que no le pasaba nada, que odiaba esa escuela y todo lo relacionado con los negocios, que no quería hablar de ese lugar aburrido con gente aburrida que solo quiere graduarse para trabajar en una empresa aburrida toda su vida aburrida y tener una familia aburrida para finalmente, tener una muerte aburrida.

Ella estaba bien y era normal. Una muchacha normal en una cena de Thanksgiving normal con su familia perfectamente normal.

Si acaso, por contentar al oyente de turno que le preguntaba porque se le veía últimamente tan decaída, con voz queda, decía que aún estaba un poco afectada luego de romper con su último novio.

— ¿Y Roberto, ya está aquí Roberto? —

Empezó a cortar el pavo y sintió de nuevo la presencia de su madre en su cabeza. Estaba convencida de que podía escucharla pensar. La sola idea de que ella supiera lo que pasaba por su cerebro la aterrorizaba más que la idea misma de despachar a Susi. Mira, mamá, no tengo nada en contra de la perra, solo es curiosidad. Lo dijo mentalmente muy despacio, solo por si acaso.

Su padre cada vez levantaba más la voz.

— Este país ya no es lo que era. Estos comunistas están en todas partes, en los medios, en el Congreso, hasta en las escuelas. Tu escuela debe estar llena de esa gente, Mariana. Se merecen todos que los manden para Cuba y Venezuela, para que aprendan en lo que convierten a un país los comunistas. Ahí si te matan por hablar en contra del gobierno —

Entonces Mariana quiso abrir la boca. Levantarse y hacer un alegato a favor del comunismo, solo para ver como se le hinchaba las venas del cuello. Tirar la servilleta a la mesa. Levantar el puño al aire. Decir cosas como que en esos países la gente disfrutaba matando a los demás como mismo se disfruta del sexo o del chocolate. No había nada de malo, forma parte de la naturaleza humana, y así había sido siempre el mundo y así seguiría siéndolo. ¿Ustedes se imaginan lo que se debe sentir matar a una persona caballero? Vamos, no puedo ser yo la única que alguna vez ha fantaseado con eso. ¿Cómo se sentiría hacerlo con un cuchillo grande de esos con que matábamos a los puercos allá en el campo de Cuba? Seguro que a ustedes también les gustaría notar el calor de la sangre caliente chorreando por su mano. ¿Cuánta fuerza haría falta para introducir una hoja de acero en la piel de alguien que está de pie delante de ti y te mira a los ojos? ¿Cuál lugar del cuerpo escoger para que muera más rápido, o más lento, según se desee? Lo ves, papá? Es puro conocimiento científico. Y no hay conocimiento inútil, todo conocimiento siempre es importante en la circunstancia adecuada, como nos enseñan en la facultad. ¿Qué haría su cuerpo después, ¿convulsionaría? ¿vomitaría sangre como en las películas? ¿Qué expresión facial y a donde mira alguien cuando se da cuenta que su existencia misma se escapa? 

Volvió a la tarea de acuchillar al pavo sobre la fuente de cristal y a repartir pequeños trozos a los demás. Pero a ver, yo no puedo ser la única persona de este planeta que va por la calle y elige a desconocidos al azar que podría matar con cierta facilidad. El muchacho que reparte el correo, el señor mayor que sale solo del mercado, los adolescentes que van en patineta. En el juicio diría que el único motivo del asesinato fue saber cómo se sentía, recopilar datos, información, recabar conocimiento. Sé que puedes entenderme, ¿verdad papá? ¿Y ustedes que tanto me conocen qué creen? ¿Llevaría bien estar en la cárcel? ¿Sería capar de estar sola en una celda, aislada y siendo un auténtico despojo para la sociedad? ¿A qué lugares tú crees que iría esta cabecita loca mía mamá? ¿Esta cabecita que ustedes dan por enferma y que solo puede entender un psicólogo? ¿Qué tú crees, mamita?

Todos terminaron de cenar, su mamá le ordenó a la chica que servía la comida que comenzara a recoger los platos. Mariana miró de reojo al cuchillo grande de cocina que descansaba sucio al borde de la fuente con los restos del pavo. Un pensamiento se le deslizó por los labios y murmuró algo como quien habla estando bajo del agua. Está convencida de que nadie ha sido capaz de escucharla. Se voltea y ve a los ojos arrugados de su abuela que la miran fijos, clavados en los suyos:

— Y a Roberto, no te olvides de Roberto —